10 de febrero de 2008

EL ENGENDRO DE LA COBARDIA

La inacción nos puede llevar a las más patéticas y patológicas formas del error. Nos merecemos, como sociedad, esta miserable clase política que se burla diario de nosotros con el brutal cinismo del poder alcanzado e intocable. La costumbre de no hacer nada nos condena al espectáculo diario del absurdo. Déjeme explicarle.

Hay que decirlo con todas sus letras. Andrés Manuel López Obrador ha regresado a su actitud porril y delictiva de tomar instalaciones estratégicas de la Nación. Esto, la última vez que revisé, era un delito, pues se pone en riesgo, por imprudencia y capricho, no sólo el desarrollo o la capacidad energética de una zona del país, sino la vida de miles de personas al romper con las dinámicas de control de seguridad que se manejan en dichas instalaciones. Además, es ya una constante que, bajo el sospechoso argumento de la lucha social, cerremos los ojos a delitos como el ataque a las vías generales de comunicación, la amenaza, el robo de las arcas federales (porque cada vez que se cierra una caseta en carretera federal, eso se está haciendo), el vandalismo y demás hermosas representaciones de aquellos que, con sus hilos de corrupción, manejan sus dedicadas masas. Esta semana, por ejemplo, se vive la representación del teatro de lo grotesco con esta argumentación criminal en contra de la reforma energética que, además, nadie ha presentado al pleno y en la que, convenientemente, el tabasqueño criminal olvida mencionar que todos los partidos políticos están de acuerdo en una sola cosa: no privatizar la industria energética, ni ceder, por ningún motivo, la rectoría del Estado sobre el petróleo. Anda feliz y rampante el gusano presupuestal asegurando que Pemex está en venta y pidiendo espacios del monólogo en cualquier medio para soltar su discurso vulgar y mentiroso seguro, eso sí, de repetir hasta el cansancio la mentira con la esperanza de que, cual manual hitleriano del qué y el cómo, la repetición la convierta en verdad absoluta. Yo le pregunto, desde aquí, ¿hasta cuándo permitiremos la presencia del esquizofrénico por excelencia en el día a día de nuestra real politik? Porque no podemos obviar que la creación del tabasqueño como engendro brutal no se debe a su propia sed insaciable de poder, sino a la cobardía de un sistema partidocrático e inútil que le permitió crecer y alimentarse de su propia incapacidad. Nos lo merecemos… por no hacer nada.
Saludos,
D

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