15 de marzo de 2008

ELIMINAR AL CONGRESO

Eliminemos al Legislativo y a los partidos políticos. ¿De qué nos sirve tener un sistema parlamentario que gasta excesivas cantidades de dinero para crear comisiones investigadoras y grupos internos de poder si la condena ya está hecha y el juicio terminado? Déjeme explicarle.

Este golpe mediático que el borracho de taberna dio al gobierno federal y su propuesta de reforma energética (porque Juan Camilo Mouriño sólo es el protagonista, más no el argumento) ha logrado reanimar no sólo al tabasqueño y su movimiento beligerante, sino que ha revivido la dinámica de la condena pública que parece más poderosa que los argumentos legales. No sorprende que México no pueda dejar de ser visto como un país de rancheros de bigote e indígenas gallineros, cuando su política interior está destinada a regirse bajo los usos y costumbres y no bajo los preceptos constitucionales. ¿Por qué digo esto? Porque se ha escrito hasta el cansancio y se ha dicho hasta el mareo que Juan Camilo debería renunciar a la Secretaría de Gobernación tras el escándalo cuando la realidad es que no hay delito que perseguir. ¿Para qué hacer una comisión legislativa que investigue, cuando las encuestas, los comunicadores, los líderes de facto y la sociedad ha juzgado y condenado al encargado de la política interior como elemento de la peor de las raleas? ¿Para qué tener una institucionalidad si lo que digan uno o dos personajes mediáticos y taquilleros es más importante que el desarrollo del país? Y, además, ¿para qué seguir pagándole a aquellos que ponen el tema en la mesa si, justo cuando se les concede la razón y la atención –injusta, estúpida, innecesaria y vulgar– deciden levantarse para seguir alimentando el escándalo con chantajes absolutistas en los que sólo ellos tienen la razón? Eliminemos, pues, al Congreso y a los partidos. Enfoquemos nuestro esfuerzo a convencer a la sociedad con discursos espectaculares que puedan ponernos en los índices de aprobación necesarios y realicemos así las reformas estructurales, los cambios institucionales, los proyectos de nación. Eduquemos artistas taquilleros en lugar de estadistas. Hagamos estudios de opinión y no planes de desarrollo. Y así, cuando pregunten la razón de tan extravagante cambio, simplemente diremos que legitimamos el ridículo sistema político que, de cualquier modo, imperaba en este país. Así, al menos, la sociedad se podrá sentir involucrada en algo.

Saludos,

D

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