22 de octubre de 2007

EDITORIAL 35mm. 5ta PARTE (no hay quinto malo)

La literatura que nace para el cine

Hay literatura, sin embargo, que sus autores crean con toda la intención de que sea filmada. Es más, muchos de estos autores escriben bajo encargo específico de ciertos estudios cinematográficos que consideran al autor como un Escritor Franquicia. Michael Crichton es un clásico ejemplo. Si bien Crichton inicia su carrera como escritor sin tener el cine como una meta de sus publicaciones, fue gracias a las decisiones tomadas en Hollywood que sus libros se convirtieron en básicos en las tiendas departamentales y librerías. De la pluma de Crichton han surgido historias como Parque Jurásico y Congo[1], ambas producidas y adaptadas en cine. Si pongo estos dos ejemplos (de entre la vasta bibliografía/filmografía de Crichton) no es a manera de capricho, sino que ambos ejemplifican a la perfección lo fundamental que es la adaptación de obras literarias al lenguaje audiovisual. Por un lado, Parque Jurásico es una película que marcó época, por la presentación de los dinosaurios en pantalla y por una historia perfectamente ligada (a pesar de todas sus fallas de lógica narrativa, como el enfrentamiento de los raptors con los niños en la cocina) que conquista lo que se ve en pantalla con lo que se siente en la butaca. Las secuencias del libro son de una repetición abrumadora, rayando en lo típico. El libro se pierde entre el deseo de querer abarcar mucho de la historia y termina utilizando los mismos esquemas de persecución que cualquier autor de libro pop utiliza en las escenas climáticas de sus historias. Sin embargo, las secuencias fílmicas son extraordinarias y se ven acompañadas de manera fantástica por la música épica (que, ya escuchada con calma, es una especie de híbrido de varias partituras) de John Williams. Por su lado, Congo, en su versión literaria es una obra magnífica que nos atrapa desde el principio de la historia y logra su cometido, mientras que su versión fílmica es lenta, intrascendente y cansada. ¿Dónde está la posibilidad de hacer una diferencia? En la capacidad de saber adaptar una obra (uno de los mejores ejemplos lo veremos en el siguiente apartado) para el lenguaje cinematográfico. No se trata de lograr que la literatura sea llevada en su totalidad y su esencia absoluta a la pantalla, pues pocas obras resisten eso (Hamlet (Brannagh, 1998) es un claro ejemplo) sino de saber alimentar el lenguaje cinematográfico con las secciones del libro y las partes que puedan atrapar al espectador sin que esto signifique perder o prostituir la obra original.

Stephen King, por ejemplo, es un autor que es llevado al cine con una facilidad impresionante. Y es que la mayoría de sus obras están creadas bajo la dinámica cinematográfica con la que su creatividad funciona para bien o para mal. Uno podría criticar el patético final de It (Tommy Lee Wallace, 1990) cuando aparece la araña gigantesca en escena y, pasado el enfrentamiento con la resortera y los aretes de plata pura, los protagonistas extraen (en extraño simbolismo de cesárea obligatoria) el ente maligno que los ha atormentado desde su niñez. Sí, suena a un final patético y uno quiere juzgar a los productores y al director por ello pero cuando uno revisa el libro, el final es una fiel reproducción de lo que King creó con su pluma. No obstante, King también ha sido responsable de títulos como Misery y The Green Mile[2], ambas obras adaptadas de manera extraordinaria a la pantalla.

Dentro de esta literatura cinematográfica desde su concepción, podemos encontrar autores que, si bien no son clásicos ni mucho menos y, en muchas ocasiones, son destrozados por los puristas, tienen el mérito de crear historias cercanas y emocionantes que cumplen con su cometido básico: entretener. Entre otros autores, surgen los nombres de Tom Clancy (creador del personaje de Jack Ryan que, a la fecha, ha sido interpretado por Harrison Ford, Alec Baldwin y Ben Affleck, y autor a quien volveremos a encontrar cuando hablemos del videojuego), John Katzenbach (autor de El Psicoanalista), Dan Brown (The Da Vinci Code, Angels & Demons, ambas protagonizadas por Tom Hanks, aunque la última aún no se termina de producir) y Sidney Sheldon (Past Midnight).

Perdiéndole el temor a autores infilmables

Es de tal importancia la adaptación de una obra, que en el camino se pueden realizar obras patéticas de historias sensacionales. Además de haber comprado (error que corregí al regalar el DVD en alguna navidad) la deleznable adaptación cinematográfica (Chapman, 1986) de El Clan del Oso Cavernario de Jean M. Auel (cinta que me ayudó a despreciar aún más las capacidades histriónicas de Daryl Hannah), alguna vez vi en televisión la versión cinematográfica de El Mundo de Sofía (Gustavson, 1999) de Jostein Gaarder y me pareció un verdadero insulto a un libro que es capaz de llevarnos por los confines de la filosofía de la manera más sutil posible y enamorándonos del personaje. Otro ejemplo de una adaptación mal hecha es la serie de películas La Historia Sin Fin 2 (Miller, 1990) y La Historia Sin Fin 3 (MacDonald, 1994). Debo confesar que la tercera parte no he podido verla completa en una sola sentada, sino que la he visto por partes, debido a lo lamentable que me parece la cinta. Además, encontré en cierto canal televisivo una película que se titulaba La Historia Sin Fin 4 y que no pude soportar por más de 10 minutos. Sin embargo, no he podido corroborar la existencia de dicha cinta en ningún lado, por lo que podría estar seguro que se trata de una traducción oportunista y falta de creatividad de un título fantástico (por su género, no por su calidad). Estas continuaciones del éxito del cine de fantasía La Historia Sin Fin (Petersen, 1984) han utilizado algunos personajes del libro y han creado mundos alternativos que deben avergonzar a Michael Ende hasta el hueso. Por establecer un ejemplo, en la tercera parte cinematográfica, el hijo del monstruo de piedra y otros personajes más (es tal mi aversión por la cinta que he olvidado mucho de lo que acontece en ella) junto con quien asumo (o recuerdo) que es Bastian Baltasar Bux (el niño protagonista de la historia) deambulan por las calles de New York en una navidad para salvar, una vez más, la tierra de Fantasía. Pasado el momento bochornoso de retomar cintas de esta calidad, podemos hablar de que, si bien la primera parte de esta saga es, apenas, un 40 o 50% del libro original, la adaptación está hecha de manera extraordinaria y logra transmitir los sentimientos que el libro transmite en sus lectores en algunos momentos como la muerte del caballo de Atreyu ahogado en los Pantanos de la Tristeza.

Hay autores que parecen imposibles de filmar. A fechas recientes, podríamos hablar de dos en particular. Patrick Süskind y John Ronald Ruel Tolkien. El primero, creador de una de las mejores obras de la literatura mundial –El Perfume–; el segundo creador de la que es considerada la mejor obra de toda la historia de la literatura inglesa: El Señor de los Anillos.

Süskind no tiene punto de comparación como lo tiene Tolkien, así que empezaremos por él. Recién se publicó el libro, uno de los mejores directores de toda la historia, Stanley Kubrick, expresó su deseo por realizar la adaptación cinematográfica de la vida de Jean Baptiste Grenouille, el bastardo de París con el olfato superhumano. Después de varios intentos y de varias versiones en busca del guión adecuado, Kubrick anunció su desilusión y aseguró que la obra de Süskind era imposible de filmar, debido a la importancia que los aromas tienen en la historia. Años después, sin la utilización de tecnologías impresionantes o increíbles, sino con el uso del lenguaje cinematográfico en el momento adecuado, Tom Twyker, director alemán, logró armar una adaptación excelente para crear El Perfume: Historia de un Asesino (Twyker, 2006). Es decir, la adaptación de una obra literaria no sólo estriba en el guión cinematográfico, sino en la utilización de las técnicas para llegar a la consecución de la adaptación misma.

Por su lado, Tolkien fue catalogado como el autor infilmable por excelencia. La creación del mundo de Tolkien parecía demasiado vasta para que alguien pudiera condensarla en una cinta. Esto, a pesar de que Tolkien es la referencia inmediata para cualquier obra literaria o cinematográfica de fantasía, como Laberinto (Henson, 1986) o El Anillo de los Nibelungos (Edel, 2004), por mencionar algunas cintas dignas. En 1978 Ralph Bashki realizó una adaptación
animada de la obra de Tolkien. Era una cinta que condensaba La Comunidad del Anillo y Las Dos Torres en una hora y media de duración y que, sobra decir, pasa a la historia como una de las peores adaptaciones cinematográficas de todos los tiempos. La cinta no sería recordada de no ser por la técnica utilizada para su realización en la que se filmaron a los actores en blanco y negro y después, en un largo proceso, se pintaron a mano cada uno de los cuadros del celuloide para lograr una cinta animada con una fluidez de movimientos incomparable pues, en el fondo, lo que la gente veía eran actores de carne y hueso pintados por encima[3].

Después de esta experiencia, Christopher Tolkien (hijo de J. R. R. y propietario de los derechos de la obra de su padre) se negó a permitir cualquier visión cinematográfica de la Tierra Media. No fue sino hasta que Peter Jackson llegó que se aceptó la realización de una nueva cinta de El Señor de los Anillos (Jackson, 2001) y se cambió la visión de lo que una adaptación debía ser. La cinta toma los elementos principales del libro y respeta la esencia del mismo, la esencia de los lugares y la individualidad de los personajes pero, concientes de que, a pesar de su noviazgo interminable, la literatura y el cine son mundos totalmente distintos, se atrevieron a quitar cosas que, para efectos cinematográficos no servían, como Tom Bombadil o la región de los Túmulos, por ejemplo o, más excesivamente, convertir el Concilio de Elrond (cuya duración en el libro es de 45 páginas[4]) en una escena climática para la presentación de los personajes que apenas dura unos cuantos minutos. A la fecha, la trilogía de Jackson se considera una de las mejores adaptaciones hechas en la historia del cine de una obra literaria histórica y clásica.

Esto demuestra que una relación tan íntima como la existente entre la literatura y el cine sólo se puede llevar a buen puerto cuando existe la capacidad de adaptar con calidad una historia original a un lenguaje cinematográfico. Y esto no sólo sucede con la literatura tradicional, sino con la nueva forma de literatura pop que es el comic.

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[1] Ambos editados en español bajo el sello DeBolsillo.
[2] DeBolsillo editó una colección completa de las obras de Stephen King en español.
[3] Enciclopedia del Arte Salvat. Tomo 4. Historia del Cine. Edit. Salvat.
[4] Tolkien, J. R. R. El Señor de los Anillos. La Comunidad del Anillo. Editorial Minotauro. Vigesimonovena reimpresión. España, 2001. La medición se hace acorde a esta edición. Si se busca el número con exactitud, en la edición especial Platino del DVD de La Comunidad del Anillo hay una entrevista en la que Fran Walsh (coescritora del guión y coproductora de la cinta) habla de la dificultad de adaptar este libro a cine y dice la cantidad de palabras contenidas en el capítulo en cuestión.


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